La noche está llena
de esperma negro
en el negro útero,
y en los nichos negros
de negras calaveras
deshechas en polvo
que el frío congela.
La luz se murió;
el día no existe,
no conozco la luz,
sólo tengo mucha hambre,
dolor, sufrimiento,
náuseas, vómitos,
cieno insoportable apestoso,
mentiras y odio,
crueldad y miseria;
seres satánicos,
Illuminatis y guerras,
cabezas de cabrones,
fuego negro helado
en el corazón de La Tierra,
rodeada de polvo,
de polvo gris de fuego,
que huye muy lejos
a la deriva perdido,
hijo de una guerra atómica,
en el ciclo absurdo
de nacimientos y muertes,
que generan tanto los tristes inviernos
como las violentas primaveras.
Sólo quedan espíritus demoníacos,
jamás hubo ángeles
ni santos, ni dioses buenos
ni arcángeles, ni guías,
sólo bestias negras de ojos muy rojos,
y pupilas amarillas,
cortando verticales
miradas de odio,
rencores y envidias,
malicia y sadismo
sin medida ni límite,
sin piedad un sólo instante
de la historia grotesca
del pequeñísimo universo
y este asqueroso astro
donde la vida ruin
se alimenta matando
la vida que genera muerte,
sinsentido y mierda.
¡Muérase la muerte,
muérase la vida,
muérase el finito universo,
desaparézcase La Tierra!
Muérase la farsa,
muera mi dolor
muera Dios, ¡no, que viva!
¡Qué viva él solo,
solo eternamente,
creando el sufrimiento
dentro de sí mismo,
no alrededor,
cobijado cobarde
de su monstruosa creación!
Por piedad y amor,
sólo os deseo muerte eterna
y eterna paz a todos los hijos
que engendró este miserable Dios.
¡Y muera, muera, muera,
muérame por siempre yo,
extíngase mi ser,
reine la nada de la nada,
encuentre paz eterna
en un idílico sueño eterno
este poeta proscrito,
maldecido y solo,
para siempre ya
libre de toda vida,
de toda existencia,
de todo pensamiento,
de todo sentimiento,
de toda sensación.
¡Que vivan los dioses,
qué vivan ellos solos,
en soledad eterna e infinita
y que paguen todos sus pecados,
todas sus maldades,
viviendo todo el dolor
que han engendrado
en cada micra e instante
de su malvada creación.
Muérase conmigo
quién quiera morirse,
en paz y para siempre,
de toda vida,
de toda existencia,
de todo pensamiento,
de toda sensación,
¡y muera, muera, muera
infinita y eternamente
muérame yo!