jueves, 1 de julio de 2010

POESÍA LXIV

Sin color las ilusiones del pasado,
vaciada la fuerza del espíritu,
y ya marchitas mis ansias de rebeldía,
mientras me voy muriendo paso a paso,
distinto (muerto o tranquilo),
contemplo en soledad y deleitado
el mundo que me hizo llorar un día.
Solo, mudo y absorto, sentado en la hierba verde,
en tanto contemplo el cielo azul
y las nubes desplazadas por el viento,
de las cuales, en suave bailoteo,
las oscuras golondrinas penden,
recuerdos de llantos, luchas y fracasos
de forma lenta van pasando por mi mente.
Ni rencores, ni odios ni alegrías
ocupan un lugar en mi cerebro;
las imágenes transcurren solitarias,
y conforme brotan de mi alma
son llevadas en su seno hacia el lejano horizonte
por el aire, que circula somnoliento.
Convertido en un elemento más del paisaje,
reconcentrado, mientras observo y me embeleso
y habito en el mundo de los sueños
(un mundo indescriptible,
que creo ser yo mismo),
escucho el cantar de un pájaro,
un alma hermana de la mía,
y al mismo tiempo veo un pino seco,
pienso: “dichosos de aquellos que, como yo muertos,
derrotados por el tiempo y por la vida,
conservan en un lugar de su corazón
las intangibles fuerzas de la fantasía”.

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