sábado, 24 de julio de 2010

ABRIR LAS PENAS MÁS GRANDES.


Me quiere llorar el alma,
a borbotones, como llantos de payaso,
un tétrico día de función
sin ganas de llorar ni de reír.
Se me mata por llorar el alma,
como ríos de glaciar que arañe
todos mis ojos todos, hasta arrancar el vítreo
que corra por las mejillas de mi corazón
(mas aún sabiendo que está muerta).
Se me murió por llorar el alma,
cuando mis dedos no encontraron
la exención tan principal
de secar secos ojos secos de ceniza
y escarbaron las uñas de los hombres
y el Dios de todos,
con fuerza unísona,
la fuente muerta de mi ser.
Sin saber que me duele,
todo me duele todo,
y todo es nada,
sino una misteriosa formidable fuerza
que me hace ser el dolor.
Y aquí, donde dejo de esperar,
espera esa fuerza irrespetuosa,
esperando en la esperanza,
sin que tenga ser mi cuerpo
ni para esperar, ni para existir,
ni para hallar nada.
¡Muérete diablo!, que habitas en quien yo fui,
sin dejarme esconder entre tu vello
repugnante y sucio, porque temes
que mi dolor te doblegue
como picadura de hiel a despreciable monstruo,
y me humedezcas para renacer yo,
más allá del bien y del mal;
tan sólo para llorar.

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