domingo, 25 de julio de 2010

FEMINEIDAD.

Sus ojos se vislumbran entre las sombras,
y sus senos tiernos transparentan
a través de la camisa azul claro,
sus labios gruesos son de un rosa pálido,
y su mirada es profunda y distante,
se oculta en ella el amor y el misterio
de una pasión callada.
El pelo negro, ligeramente ondulado,
le cae sobre los hombros,
y hace juego con sus ojos,
dos rocas perdidas en el mar,
que a lo lejos se ve bravo,
y de cerca está quieto y callado.
Su mirada sugiere la monotonía
de un contínuo frenesí emocional;
la armonía de la tonalidad
de sus ojos, su cabello y sus carnes
parece desprender la energía de su alma,
que configura un aura magnética,
que susurra dibujando en la lontananza
de la más bella puesta de sol,
con nubes enrojecidas por la fuerza
deslumbrante y efímera
que se oculta con la fugacidad
de lo inefable, la palabra
femineidad.
Sensualidad, fragilidad, ternura,
melancolía y tristeza vaga
de un vitalismo infinito y estático, monótono,
proyectan la forma de sus labios
y la luz de su mirada,
que se confunden,
haciendo soñar y añorar
un ánima misteriosa, enigmática,
paradisíaca, un mundo lleno
de exotismo.
Quisiera poder abrazarme a su cuerpo
y a su espíritu con toda la intensidad
de mi afecto erótico y penetrar dentro de sí
formando una sola realidad, y bebiendo
dentro de su aliento su felicidad,
regresar dentro de mí, en un éxtasis ataráxico
entre el frenesí y la ternura
Mientras la miro me muero por dentro,
porque sé que nunca la conseguiré,
es demasiado distante;
¡qué mirada tan distante,
tan cercana y tan provocativa!
Sin embargo, yo la amo,
sí, estoy enamorado de esa mujer,
de la mujer del cuadro.

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