sábado, 24 de julio de 2010

PARTÍA.

Partía,
en mi camino hacia no sé donde,
con la esperanza enjuta y descarnada,
decapitada por la helada
guadaña de la muerte;
latía sin sentido o temblaba torpe,
como un adiós afónico
de un corazón arrancado a tirones con uñas afiladas
a lo largo de mi vida;
y eran paisajes que sonreían
como sonríen los perros,
que se burlaban crueles,
apareciendo y escapando del túnel de espejos
por el que me arrastraba,
con las rodillas sangrando
y las manos llagadas y embadurnadas
por la vida que se escapaba
y dejaba un cruel sendero,
testimonio de mi desdicha.
El último paisaje del último espejo,
aunque vacilaba,
avisado por la picardía del mundo,
se mantuvo un momento, observándome curioso.
El más hambriento y constante mendigo de amor,
derrotado en mil batallas y una guerra,
tendió por última vez la mano,
y una sonrisa triste comenzó
a dibujar la fe en tu espíritu.
Dejé que metieses tus manos
en las llagas de mi costado,
y fuiste y eres sonrisa húmeda
de terciopelo y aliento tibio,
bálsamo inefable de la magia
que crean dos corazones
hermanos por el destino,
que me cobijas dentro de ti.
Y dentro de ti construiré el mundo
donde brotan las flores,
donde el agua cristalina
corre detenida por ti,
y perfuma un lecho
de piedras pulcras y hierbas verdes.
Una puesta de sol en nuestras miradas,
una canción nunca escuchada,
bajo una cascada de espuma
que baña nuestros cuerpos
desnudos, asidos por el cielo;
porque tú eres el amor, la fuerza y la magia,
el frenesí y el sosiego que me colman,
que permiten crear con la imaginación
la tierra prometida por nuestros padres,
para nosotros y nuestros hijos.

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